El lunes pasado quedé con la persona que supuestamente iba a arreglar mi vida de un plumazo. Me cité con esta persona en una pequeña habitación pintada de blanco y con una enorme ventana iluminada por los rayos rojizos del atardecer. Eso me hizo parecer que la iluminación de la habitación era rosa, pero sólo consistía de un pequeño capricho de la luz que fue pasajero.
Tras contarle un poco de mi vida pasada, pase a contarle mis problemas. Antes de poder acabar la segunda frase, me cortó en seco para expresar su disconformidad con mi relato, diciéndome que yo estaba completamente equivocado. Defendí mis argumentos lo mejor que pude, pero a lo largo de la charla lo hizo dos veces más.
Perdí, en el sentido de la retórica, pero no lo tomé como una derrota moral, puesto que la diferencia de edad era considerable y la experiencia en estos casos es un grado (como en casi cualquier aspecto de la vida). Aún así, decidió ayudarme, porque me dio la razón en cuanto a que algo no andaba bien, a pesar de que mi forma de exponer el problema no fue completamente adecuada. Y en un momento en el que me pilló completamente desprevenido, lanzó la pregunta. En un principio parecía inofensiva, más bien cotidiana. Pero la réplica a mi respuesta era un dado cargado de veneno.
- ¿A qué te dedicas?
- Soy estudiante de física-, contesto.
- ¿Y a qué se dedica un físico?
Todas las alarmas se encendieron. No me podía creer lo que estaba oyendo. Semejante pregunta sólo podían significar dos cosas: o un total desconocimiento de la materia provocado por un desinterés sobre los grandes avances científicos de la historia o un ataque frontal contra el colectivo de físicos. Viendo a aquella persona de rostro serio y gafas con montura al aire sentada tras una mesa negra grande y reluciente, uno le cuesta un enorme esfuerzo de imaginación aceptar lo primero. Tras echar un rápido vistazo a la habitación en señal de exasperación, pude observar fugazmente de que podía estar ante un profesor de la universidad de Granada por el enorme cuadro que colgaba en una de sus paredes con el emblema de la universidad. En concreto ante un profesor de medicina, que ejercía de hepatólogo en sus ratos libres y que es considerado una eminencia en su campo. Como todo gran genio, pecaba de pedante. Así que me puse el casco, cargué el fusil y grité Jerónimo mientras me lanzaba a la carga.
- Hombre, nosotros nos dedicamos a hacer progresar el mundo. Los grandes avances en cualquier campo vienen cogidos de nuestra mano.
Quizás fue un completo error esta maniobra, ya que se arrellanó en su sillón y me miró fíjamente mientras contraatacaba.
- Me refería que en qué puede trabajar un físico.
Sin vacilar lo solté.
- Tras un grupo de ingenieros tiene que haber al menos un físico. Sin menospreciar el trabajo de ellos, son incapaces de salirse de su campo de aplicación y les resulta casi imposible realizar un salto cualitativo en el desarrollo de nuevas aplicaciones.
- Entonces me está diciendo usted que para hacer una carretera se necesitan físicos.
- No, porque para echar hormigón se valen ellos solos. Cuando dije lo anterior me refería en campos como la informática, la electrónica ... Además tenemos nuestros propios campos de aplicación como las partículas o la física aplicada.
- Pero usted sólo me está diciendo trabajos puntuales. No veo que haya un campo de trabajo en el que se puedan colocar todos los físicos.
- Mire - le dije exhasperado. Para un físico el problema no es encontrar trabajo. La facultad realizó hace poco un estudio sobre la tasa de desempleo y llegó a la conclusión de que de 50 licenciados, todos ellos encontraron empleo antes de 9 meses. Podemos trabajar en infinidad de campos. Incluso de analista de datos. Además tenemos la ventaja de que podemos trabajar en aspectos relacionados con la informática, como la simulación computerizada, de gran demanda. El problema no es tanto encontrar trabajo, sino qué trabajo. Como última salida, nos quedaría irnos a Alemania, donde se pelean por nosotros, por poner un ejemplo.
Bueno, la charla continuó en este sentido durante casi un cuarto de hora, mientras tomaba nota de mis múltiples análisis de sangre. Esta guerra la gané yo, porque se metió en un terreno donde no le convenía en absoluto. No entiendo a qué vino todo esto, cuando un profesor creo que debería conocer de sobra todo esto. Vacilada, chulería... No sé. Al menos fue sorprendente.
En cuanto al resto de la visita, se puede señalar la profesionalidad y la meticulosidad con la intenta realizar un estudio completo del paciente. Sólo hay que ver la enorme lista de la analítica que me pidió y que copió todos los resultados de mis análisis, a pesar no ser extremadamente fiables. Al menos me levantó la prohibición de beber alcohol. Toda una buena persona este hombre.