martes, noviembre 22, 2005

Ay qué dolor

Anoche apenas pude descansar. Es cierto que dormí más o menos unas ocho horas, pero fue de estas noches que despiertas continuamente y que conforme llega la hora de levantarse el tiempo de sueño continuo se va reduciendo, hasta que das cabezadas de diez minutos a falta de una hora para que suene el despertador. Duermes, pero ni mucho menos descansas.

Cuando te miras al espejo sabes que hoy será uno de esos días difíciles en el que estás medio zombi. La solución quizás pasa por tomarse un buen café cargado, pero la sensación de actividad desaparece a las dos horas y todo tu cuerpo se desconecta a la vez. Tras la comida se presentan dos opciones, cada una peor que la otra. Una es siesta y rezar para que cuando te levantes no tengas un dolor de cabeza insoportable. La otra es aumentar la dosis de cafeína en tu cuerpo sabiendo que te arriesgas a seguir en estado catatónico durante toda la tarde.

Al final opté por la primera, pero el resultado fue mucho peor: dolor de cabeza infernal y sensación de estar aún más cansado que al principio. Así que recurrí al dichoso café para intentar aprovechar la tarde. Supongo que la mezcla explosiva de café y siesta conducirá a no poder pegar ojo durante la noche y vuelta a empezar mañana.

Por lo menos he podido ir esta mañana a clase y, aunque han sido las dos horas más infernales de todo el mes, ha merecido la pena escuchar la discusión profesor-alumno sobre el giro de un objeto sin dimensión, es decir la rotación de un electrón. Vale que la mecánica cuántica es muy abstracta, pero si ya sabes que apenas existen analogías entre clásica y cuántica, no preguntes cómo se puede observar el giro de un electrón de forma directa, que parece mentira que estés en cuarto.