domingo, abril 16, 2006

Vaya semanita

Acabo de llegar de mis vacaciones. Días de descanso en todos los sentidos, tanto en el mundo cibernético (a duras penas me he enterado que han cerrado varias páginas de e-links) como en el día a día que toca vivir. Aunque dadas las fechas, uno llega exhausto a tal día como hoy, tras casi una semana donde apenas se descansa. Nos encanta castigar nuestro cuerpo durante estos días para llegar el lunes al trabajo o la facultad y poder exhibir así nuestras heridas de guerra en forma de ojeras, dolor de cabeza, mal humor y demás. Al final lo que necesitamos es otra semanita de vacaciones para poder recuperarnos de estas.

Cada cual vive estos días de formas muy diferentes. Los hay que coleccionan procesiones, ya sean vistas por la tele, desplazándose al lugar o bien saliendo en ellas como cofrade. Otros en cambio prefieren realizar una pequeña ruta por todos los bares y pubs de las ciudades donde se desarrollan dichas procesiones, castigando el hígado implacablemente en señal de penitencia. En mi caso, no he tenido más remedio que realizar una mezcla de ambas modalidades. Es casi imposible ser músico de banda y no tener desfilar detrás de un paso. En concreto han sido cinco procesiones a cual más larga y aburrida. Me acuerdo que cuando era pequeño me apasionaba tocar con la banda de música, sobre todo si teníamos que salir del pueblo. Pero hoy en día me resulta cansino, siempre tocando lo mismo una y otra vez. A lo mejor una procesión sí que la aguanto sin refunfuñar, pero a partir de la tercera no hago más que lamentarme. Menos mal que tras cinco o seis largas horas permaneciendo de pie uno llega a casita y se las pira para el primer pub abierto para aplacar la sed acumulada. Hay que ver lo bien que sabe una cerveza en semejante circunstancia.

Pero por muy devoto o muy ateo que alguien sea, al final todos coincidimos en el mismo sitio: en los bares. Allí olvidamos nuestras creencias y nuestros prejuicios y nos centramos en lo que de verdad importa, en la supervivencia de la especie alimentando para ello nuestros cuerpos con diversas y variadas tapas. Tras esto, no hay nada mejor para hacer la digestión que la ayuda de alguna que otra copita de alcohol, aunque algunos se dejan llevar por la emoción y acaban marchándose a casa a cuatro patas.

Efectivamente se puede vivir la Semana Santa de muchas formas, pero la mejor de todas es pasándotelo bien con aquella gente que llevas un año sin ver y que suele aparecer por estas fechas. Sin duda me quedo con esta, ya que el resto es secundario.