Como cada año...
Todo empieza en estas fechas navideñas, donde los almuerzos y cenas en conjunto son la tónica. Hay cena de facultad (como ya comenté con anterioridad), cena entre amigos de toda la vida, almuerzo de familia, cena de familia, de nochebuena, de nochevieja, cena por cenar.... Y también tengo la cena de banda. De banda de música quiero decir, no de banda de mafiosos o de camellos. En esta última es donde se producen estos actos tan cruentos, en los que el ser humano es reducido a simple...
Normalmente somos en torno a 40 músicos unidos por el hobby de tocar obras de la España profunda, como puedan ser Paquito el Chocolatero o el Sitio de Zaragoza, cuando no es la maratón de marchas de procesión en la que participamos todas las Semana Santa. Pero en este tipo de cenas pasamos de 40 músicos a 80 comensales, todo un milagro de Navidad. Tras una copiosa cena de calidad creciente conforme pasan los años, comienza el aquelarre. La música se reduce a una simple sucesión de sonidos inconexos acompañados de voces que intentan simular una melodía. Todos los comensales se unen a la orgía sonora mientras yo intento resistir con todas mis fuerzas. No quiero cantar villancicos, no quiero cantar la típica Nochebuena. Pero soy débil y al final acabo por susurrar un estribillo. Ya está hecho. Como cada año, tengo que dejarme arrastrar por la muchedumbre.
Este año no ha sido así. Aunque todo se ha desarrollado como cada año, esta vez no me he unido a ellos. No quería cantar ese villancico compuesto por y para borrachos navideños y no lo he hecho (si lo escucharais, llegaríais a la misma conclusión). Creo que fuí el único que permaneció callado durante los 45 minutos que duró todo, pero me daba igual. Me entretuve durante todo el rato viendo La Vida de Brian en el televisor del fondo de la sala. Aunque no tuviera sonido, la he visto tantas veces que me recordaba perfectamente los diálogos.
En cuanto tuve oportunidad, me largué sin armar mucho ruido para que nadie me pidiera quedarme. Pensándolo ahora, creo que nadie lo habría echo. Es más, seguro que hubo muy poca gente que me echara de menos. Hasta aquí llegó la cena de banda. Cogí el coche para irme al pueblo y continuar la noche como a mi me gusta. A la hora de estar en el pub de que llevan unos amigos míos, comprobé que todo lo que dejé atrás en el restaurante se materializaba delante mía pero con más fuerza. Más instrumentos, más voces que se animaban a seguir a los anteriores... Entonces decidí acostarme para poder decir al día siguiente que todo fue una mala pesadilla.