miércoles, febrero 15, 2006

Relax en la cafetería

¡Hay que ver qué tranquilita está la facultad en la época de exámenes! Salvo un par de puntos estratégicos donde se aglutinan los corderos para ir al matadero y en las correspondientes salas de estudio, en el resto del edificio no te encuentras con nadie. Apenas hay gente por los pasillos, por lo que la imagen del péndulo acercándose mientras atraviesas la parte de física sin nadie que se interponga entre ambos resulta escalofriante. Sobre todo porque en esos momentos pasan por tu cabeza todas las pelis con algún toque gore que te has tragado en tu vida (son pocas, pero las hay), y no puedes evitar imaginar cómo esa enorme bola impacta sobre la cabeza del profesor (cualquiera de ellos, da igual) que has conseguido atar, e inmovilizar mediante un fuerte golpe en la cabeza, a la barra circular que rodea el perímetro del péndulo para que la gente pueda contemplar el movimiento, abriéndole la cabeza como si se tratara de una sandía que se te cae de las manos, mientras el péndulo intenta alcanzar otra vez la máxima amplitud en su movimiento natural. Soy un artista deperdiciado.

El caso es que esa calma también se extiende a ese territorio ajeno al sufrimiento de las clases como es la cafetería (algunos pensarían en la puerta del aula magna). Apenas unas mesas ocupadas a una hora propicia para un buen desayuno consiguen delatar tan malditas fechas, en contraste con la masificación que se puede esperar para la semana que viene (el que pille una mesa es primo hermano del decano). Por contra, esa relajación que se respira también se extiende al espacio más pequeño que queda tras la barra, pudiéndose apreciar una considerable lentitud en los movimientos de los pobres camareros. Así que, lo que parecía ser una espera muy reducida en comparación con los días de máxima afluencia, se convierte en una de similar duración. Extraño efecto pues. Habrá que estudiarlo más detenidamente. Pero eso creo que se lo dejaré a alguien que no sepa todavía sobre qué hacer la tesis.