Sin piedad

Al igual que todos mis colegas universitarios, puedo decir con todo mi pesar que ha comenzado oficialmente la época de exámenes. Aunque parezca mentira llevo bastante tiempo estudiando a tope. Bueno, a tope, lo que se dice sin parar y concentrado sólo en los apuntes, no. Yo voy a mi ritmo, tranquilo y sin agobios. Me pongo equis horas a escribir formulitas y a lo mejor aprovecho un treinta por ciento del tiempo. El resto lo paso haciendo el pollas, porque me es imposible permanecer más de media hora con la mirada parada entre tanta letrita caótica. Que si un ratico mirando el correo, que si otro leyendo noticias, que si vas a echar un traguito de agua, que si plantas un pinito... Qué os voy a contar que no sepáis sobre excusas baratas para no estudiar.

Pero se puede decir que llega esta maldita época cuando cada vez haces menos el lila delante de los apuntes, cuando abandonas el aprendizaje mediante ciencias infusas (después de ver año tras año que nunca da resultado) y sobre todo cuando no paras de estudiar moviendo la pierna de forma compulsiva, como si te hubieran incorporado un martillo neumático a la pantorrilla. Además, uno empieza a notar cierta sensación de intranquilidad. Te cuesta trabajo conciliar el sueño a pesar de caer reventado a la cama y los nervios los llevas a cuestas todo el santo día. La dieta a base de algo recalentado junto a cafeteras y cafeteras llenas de cafeína no ayuda a que uno se sienta un poco más sosegado.

Gente, ya no hay marcha atrás. Lo que no se haya estudiado durante el año solo se puede recuperar con un mamotreto de chuleta si el temario lo permite. Sólo me queda desearles suerte a todos los que sufren este mal llamado exámenes de febrero y que sean leves y benevolentes. Ah, y que no tengan sueños estúpidos sobre lo que te has estudiado la noche antes del examen.