domingo, enero 29, 2006

El vigilante indiscreto

Tengo la suerte de vivir en un bloque de pisos situado en una de las avenidas principales de la ciudad. Después de haber vivido durante un largo año en, lo que podríamos considerar, un zulo fue una alegría encontrar un piso completamente exterior, salvo los cuartos de baño. Creo que la mayor ventaja de esto es que cuando miro a través de la habitación de mi cuarto no me topo con la sala de estar de mi vecino, sino que mi visión domina la fachada de casi tres edificios completos. Tengo más salas de estar donde posar la mirada. No exite la sensación de opresión puede dar si la ventana da un callejón estrecho.

Mi mesa de estudio está situada justamente bajo esa ventana. Normalmente no hago caso a lo que sucede enfrente. Suelo fijar la mirada en un punto arbitrario sin prestar la menor atención cuando hago una mini parada en los estudios. Pero tengo un vecino que no hace lo mismo que yo, sino que el tío presta atención a todo lo que hago. Es como si estuvieras haciendo un examen y sintieras que tu profesor no deja de mirar lo que estás haciendo con el ojo crítico de alguien que te está poniendo a prueba.

Me di cuenta sin querer una noche que estaba delante del portátil y tras leer un artículo me quedé un rato pensando mirando en la dirección de su piso. Tras permanecer pensando en esa posición durante un rato me di cuenta que en la oscuridad de su dormitorio y tras el reflejo del cristal había una mancha anaranjada con forma elíptica. Lo miré durante bastante rato y conforme transcurría el tiempo mi convicción de que aquello no podía ser una persona aumentaba; ya que si aquella mancha era una persona, seguramente ya tendría constancia que me había dado cuenta de que era observado, por lo que debería haber dejado de observarme hacía rato. Suponía que eso es lo que hacen las personas normales si no quieren parecer unos enfermos ante los demás, dejar de mirar a sus vecinos. Así que decidí apagar la luz y hacer mis necesidades antes de acostarme, con la intención de intentar esclarecer cuando regresara a mi cuarto si me estaban observando o no.

No encendí la luz cuando volví del cuarto de baño para que así mis pupilas se acostumbraran un poco a la oscuridad e intentar distinguir algún rasgo de aquella elipse inmóvil. Un par de minutos haciendo el paripé en mi cuarto bastaron para que al dirigir la mirada a la ventana de mi paranoia se confirmaran mis sospechas. Aquello no era un juego de luces. La elipse poseía barba y carecía de cabello, las mismas que antes había visto innumerables veces rondando por el piso de mi vecino.

Podía haber sido circunstancial, que el tío se hubiera quedado clavado allí contemplando las estrellas (aunque en Granada pocas se ven), la circulación de aquella o cualquier tontería. Total, no podía verle bien la cara y no sabía precisar hacia donde podía estar mirando. Desde aquella noche, cada vez que levanto la vista miro hacia cualquiera de la ventanas de su piso. Para mi se ha convertido en una obsesión. Sobre todo cuando cada día que pasa se confirma que el tío no para de mirarme, a cualquier hora. De vez en cuando sale con su mujer al balcon y los dos miran hacia acá. No deja de parecerme una orgía.

Ahora que estoy a tope con los estudios prácticamente sólo veo a ese tipo, ya que soy el único de mi piso que estudia en casa y al resto apenas los veo durante el día. Y cada día que pasa lo odio más. Esa cara alargada surcada de ojeras, con esa calva reluciente y su barba blanca. Cuando sale a fumarse un cigarro como si de un porro se tratara, mientras exhala el humo mirando hacia mi ventana, es cuando me entran ganas de coger un rifle de francotirador y volarle la tapa de los sesos. Otras veces lo he visto dando paseos por la sala de estar de su casa y de vez en cuando se para para mirar si estoy estudiando.

Lo peor es la sensación de sentirse vigilado, ya que hace que no pares de mirar hacia allá. Hay días que ni me acuerdo del tío, pero como levante la persiana y me lo encuentre mirando hacia acá, entonces no paro de estar todo el rato mirando en su dirección para ver si sigue con su perversión. Más de una vez he estado a punto de escribirle con letras grandes y a lo largo de varios folios que se meta en sus asuntos pegándolos en la ventana, pero seguro que el resto de mis vecinos se parten la caja de la risa. Creo que la solución pasa por volver a colocar esas horribles cortinas de encaje hasta que pueda ahorrar para comprar otras más en condiciones. En fin, la solución más coherente parece que es la más fácil de realizar.