miércoles, marzo 15, 2006

Mmmmm

Mmmm. Diez días sin publicar nada en el blog puede resultar preocupante. Puede significar que mi mente se haya en estado catatónico. O bien que no se me ocurre nada interesante que contar porque no ocurre casi nada interesante. El que la semana pasada me la tirara sin internet por culpa de no pagar ciertas facturillas que fueron abandonadas en algún rincón oscuro del piso tampoco favorece mucho. Y este dolor de espalda que lleva acompañándome desde hace casi dos semanas por culpa de esa mierda de potro de tortura tailandés que tengo por silla, como que no me incita a permanecer mucho tiempo delante del ordenador. Si Ortega y Gasset tenía razón en que yo soy yo y mis circunstancias, creo que tengo varias cabezas de turco sobra las que recaer la culpa de tener el blog un pelín abandonado. Pero por otro lado sería recurrir a la excusa fácil (aunque bien fundada), por lo que sería rebajar aún más mi ingenio, que últimamente no levanta cabeza. Menudo dilema.

Como después de tanto tiempo sin dar señales de vida, diré que la familia se encuentra bien, gracias; que de salud estoy bien salvo ciertos dolores que a veces me impiden realizar una actvidad normal (espero que te des por aludido, Mangueras), que la asistencia a clase la he reducido a aquellas que considero de mayor provecho (si me repiten por tercera vez lo mismo dejo de atender, acín que...) y que el fin de semana pasado tuvimos encuentro de bandas. Coño, ya sé conqué daros la paliza. Sólo hacía falta ponerse un poco.

Para el que no sepa qué es esto, es algo mucho más simple que calcularle el rotacional al campo eléctrico. Nos reunimos unas cuantas bandas de música en algún sitio donde pueda escucharnos algo de público (de esas que suelen acabar tocando el Paquito el Chocolatero en cualquier festejo) y nos tiramos los instrumentos a mala ostia (el público se deleita con los alaridos de los mutilados). Gana la banda que le deje clavada la tuba al director de otra banda. No, en serio. Nos dedicamos a tocar un par de obras que puedan agradar al público y de paso hacemos una comparación del nivel de cada banda con las del resto. Cuando acaba uno de estos encuentros o bien tienes la moral por las nubes o bien no quieres volver a saber nada más del resto de músicos que integran la banda a la que perteneces, y mucho menos que asocien tu cara con esa banda. En verdad, es cierto que sirve como método de comparación, como autoevaluación. Claro, que la hora de elegir las que van a participar siempre te curas de que las otras no te vayan a dejar en completo ridículo, por lo que el método no llega a ser muy objetivo. Como siempre en estos casos, la diferencia entre músicos amateur (que se dedican por devoción sin estar en una escuela de música o conservatorio) y profesionales suele ser abismal, tanto en las obras que se eligen como en los solos de estas. Nervios, falta de técnica, escasa sonoridad... suelen saltar a la vista en el primer compás, convirtiéndose en un lastre para los que viven de la interpretación y para la calidad en general de la banda. Normalmente estas carencias se enmascaran con cierto éxito eligiendo obras donde prime más la calidad del conjunto, de menor dificultad individual, huyendo para ello de determinados instrumentos como solistas. Obviamente las obras suelen ser más simples, pero a veces conviene seguir esta línea, ya que queda mucho mejor una obra bien interpretada y amena pero con escasas filigranas, que muchos dedos metidos entre un barullo de notas que no suena al final a nada y que se no puedes evitar compararlo al ruido.

Pero lo que más suele saltar a la vista es el complejo de inferioridad que atesoran algunos músicos. En este tipo de encuentros te sueles encontrar con el típico engreíd@ que se dedica a hincharse de tocar antes del concierto, demostrando sus habilidades con el instrumento y sus debilidades como persona. Algunos es que disfrutan creyéndose superiores en este sentido. Cuando ven que los músicos de otras bandas no les siguen la corriente, intentando emularlos, ellos aprietan mucho más creyendo que el resto no toca por no quedar en ridículo. Una vez hurgas un poco en su vida académica, te das cuenta que es el típico capullo que está amargado por culpa de su profesor de instrumento, que no para de decirle (con toda razón) que todavía no entiende como ha podido llegar tan lejos tocando tan mal. Me acuerdo perfectamente de uno de estos certámenes a los que asistió uno de los profesores de instrumento de nuestra banda, que también lo era en un conservatorio tanto de solfeo como de clarinete. Esa vez coincidimos con otra banda en la que abundaban estos especímenes y no paraban de dar el coñazo antes del típico pasacalles, en concreto uno que intentaba tocar un solo de orquesta archiconocido. Una vez que pasé cerca de este profesor, me miró y dijo como si pensara en voz alta: "Si al menos supiera tocar en condiciones y no inventándose las notas... Pobrecito". Al final encuentras que los que mejor saben tocar son aquellos que sólo se limitan a hacer un par de escalitas justo antes de comenzar y que pasan casi desapercibidos hasta que te dejan pasmado cuandos los oyes en el concierto.